Eso

Me daba tanta pena que viviera sin conocer mundo, que me lo encaramé a la espalda y lo llevé a pasear. Al principio tener que transportarlo no me importaba, pues él era yo y además pesaba poco. Pero esta manera de sentirlo duró poco.

Un día me dijo al oído que me quería, que no podía vivir sin mí y que era completamente mío. ¡Qué manera más sutil de dejar de ser yo! «Soy tuyo». Yo le regalé entonces trajes con orificios para meter sus pinzas, lo engalané con plumas y piedras preciosas engarzadas en joyas de cartón e incluso le enseñé a cantar en silencio en lo más profundo de mi alma. Qué dichoso me sentía de tener este nuevo amor.

Cuando me acostaba, él susurraba descripciones de paisajes exóticos o me embriagaba con historias de personajes y cosas inexistentes que siempre habían habitado en mi almohada. Yo lo escuchaba feliz hasta quedar dormido. Qué despreocupado fui.

Una mañana amaneció con su boca repleta de dientes agudos como alfileres y con una nueva hambre que me era difícil de calmar.

A partir de entonces, él empezó a engordar y yo a adelgazar. Y por la boca, además de comer, también eructaba improperios como si tuviera una tormenta gris en su voz. Yo lo excusaba, ya que me daba pena que no pudiese andar. Le consentía todo, pues presumía de conocerlo como uno cree que se conoce a sí mismo.

Todavía no entiendo cómo pude llegar a este punto. Hoy quiere desayunar un pensamiento recién nacido. ¡Es tan sólo un bebé!

Estaba convencido de que algún día lograría corregir su manera de actuar. Desgraciadamente ya noy soy yo. Mi existencia ya no me pertenece. Ahora soy sólo suyo…

«Eso» fue publicado el 10 de septiembre de 2009 en Puyahumana en la categoría de Bestiario. El texto ha sido severamente mutilado. Por la anatomía de su original forma creo que fue vomitado más que meditado. Ni siquiera conserva su original título, cuando fue parido decidí llamarlo «El blog asesino».

Recuerdo que por entonces Puyahumana se había convertido en mi obsesión. Mi devoción a mi flamante actividad de bloguero era total, de ahí ese aire siniestro. Entiéndanme, ser un abnegado devoto siempre encierra la duda de estar equivocado, aunque se pretenda esconder bajo la sombra de la total entrega.